

Con mi familia decidimos ir a ver las iluminaciones de Rochefort-en-Terre. Se trata de un acontecimiento que no puede faltar al final del año. Después de Halloween, nuestros pensamientos se dirigen ahora hacia la magia de la Navidad.
Personalmente me encantan este tipo de cosas, los árboles de Navidad, los adornos y todas estas lucecitas que nos trasladan a este cuento de hadas.
El olor a vino y a chocolates calientes, las risas y estos momentos de compartir y alegría. Lo que me gusta de esta época del año es la cercanía con mis seres queridos, las ganas de agradar y de dar. Esta es otra parte de Rochefort-en-Terre que hay que descubrir. Está oscuro pero todas estas luces son tranquilizadoras, hace frío pero es una atmósfera que nos calienta el corazón.
Las callejuelas no son oscuras y dan ganas de aventurarse, es un paseo agradable lleno de delicias. Los niños están contentos y ya sueñan con sus regalos, intentan atrapar las burbujas que caen del cielo, los padres ríen y se alegran de estar juntos, rodeados de sus familias o amigos.
Las iluminaciones llegan hasta el castillo, el Museo Naia se ha encargado de iluminar la entrada al parque ofreciendo un ambiente, que es el suyo, de un mundo imaginario.
Todo el mundo tiene una sonrisa en la cara, nos dejamos tentar por el vino caliente que desprende ese agradable olor festivo y cálido, y un kouign-amann olvidando lo calórico que es este dulce. Pero no importa, en este momento nada puede ser negativo, complacernos a nosotros mismos y complacer a los demás es el único deseo que cruza nuestra mente. Estamos en nuestra burbuja y no queremos que estalle, aguantar esta velada el mayor tiempo posible.
Decidimos ir a un restaurante para prolongar este buen momento, no falta, ¡hay para todos los gustos! Con el estómago lleno y las estrellas en los ojos, nos fuimos a casa prometiendo volver el año que viene.