No te puedes imaginar lo que era un lavadero en aquellos años de preguerra… A partir de las 6 de la mañana, la gente bajaba con la ropa sucia en carretillas, además de jabón, detergente y lejía. Había que llegar pronto para conseguir el mejor sitio, el que no estaba demasiado lejos de las «calderas», una especie de grandes lavadoras, que estaban in situ, y que uno utilizaba a su vez, por unos céntimos. Y nos pusimos manos a la obra. Enjabonábamos, cepillábamos, golpeábamos con la batidora, charlábamos… De esta manera se vendían todos los chismes, se palmeaban las espaldas de todos, se comentaban los acontecimientos, las bodas, los compromisos, los funerales, todo se escudriñaba, y todos los chismes se transmitían a la siguiente generación.Todo se escudriñaba y, por supuesto, en voz alta, muy alta, para ahogar el ruido de la batidora y el «chapoteo» de la colada en el agua. Y, al final del día, había que «volver a subir» con la carga de ropa mojada. Era un trabajo muy duro, sobre todo en invierno. Hay que decir que en aquella época nos cambiábamos mucho menos que ahora, y ni siquiera teníamos 36 retretes. Ahora el lavadero está en reposo, porque estamos en la era de la lavadora. Sin duda, se trata de un progreso que las mujeres aprecian. Mi lavadero personal revive un poco en verano. No es desagradable en agosto vadear el agua fresca, pero lejos de los ojos de los turistas (…).