Arte callejero

La obra nos invita a reflexionar sobre su forma de percibir el mundo:

¿Admiramos su belleza o limitamos nuestra mirada por nuestras propias barreras? Este fresco, bañado en colores vivos y capas complejas, nos invita a una meditación visual sobre la relación de la humanidad con el mundo. Una mujer y un hombre se sitúan en el centro de la composición, simbolizando la dualidad y el equilibrio. La mujer sostiene un orbe delicado y brillante, un gesto que transmite cuidado, asombro y la fragilidad de la existencia. Su acompañante mira hacia un cielo abierto poblado de pájaros, yuxtaponiendo la libertad y el potencial a la geometría contenida del muro. JOTAPé describe la inspiración que subyace tras el fresco como enraizada en el existencialismo, explorando los mitos, retratos y dualistas del ciclo de la vida. Las imágenes parecen capturar momentos de nacimiento, crecimiento y trascendencia. Las flores florecen y se funden en paisajes etéreos, mientras las medusas flotan suavemente en cascadas de agua, evocando la misteriosa conexión entre lo terrestre y lo acuático, lo tangible y lo intangible. El uso del color añade otra dimensión. Los azules y morados evocan tranquilidad e introspección, mientras que los rojos y amarillos irradian calidez y vitalidad. Este juego de tonalidades refleja la tensión existencial entre los momentos fugaces de la vida y las cuestiones eternas que nos unen a todos. Este fresco va más allá de la estética; crea un espacio para el diálogo y la introspección. Nos desafía a reconsiderar nuestra percepción del mundo.